Cuando uno tuvo a bien estudiar inglés en el colegio, el término gadget era algo solo reservado al Inspector Gadget, una especie de navaja multiusos de animación que era capaz de perseguir a los malos con más recursos de los que tendría una ferretería.

Años más tarde, la palabra gadget se ha colado en nuestras vidas y no hay rendija por la que no quepa. Tanto que términos como artilugio o utensilio van cayendo en el saco del ostracismo y del desuso, pues queda infinitamente menos moderno referirse a una espátula de cocina como utensilio o una batidora como artilugio.

Mucho mejor gadget, ¡dónde va a parar! Pero claro, mi abuela es más de utensilios. Tanto como para que no esté por la labor de que la palabra gadget no entre en su vocabulario. Y, casi como si yo fuera Escarlata O'Hara en Lo que el viento se llevó: "A Dios pongo por testigo que no seré yo quien se la inculque".
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Por fortuna, ella sí ha tenido a bien inculcarme buenas dosis de alegría culinaria y de talento a los fogones. No he absorbido todo, lo reconozco. No soy un fideo de esos gordos, capaz de impregnarse de caldo...